Por Cristina Ramírez.
En la mitología popular de España se extiende una idea, ya muy arraigada en el imaginario colectivo, de que en tiempos remotos una ardilla era capaz de recorrer la península ibérica desde Pirineos hasta Algeciras de árbol en árbol. Esta afirmación que normalmente se atribuye al geógrafo griego Estrabón o en ocasiones al naturalista romano Plinio el Viejo, a la vez que anhelada, resulta ser cuestionada pues todo parece indicar que ninguno de los dos hizo tales referencias a la ardilla en sus tratados.

Si alguien contribuyó con gran éxito a alimentar la leyenda es el afamado divulgador ambientalista Félix Rodríguez de la Fuente quien, en su primer capítulo de la serie de documentales El hombre y la tierra titulado Los prisioneros del bosque I, permutando intencionadamente ardilla por águila, sentencia que ésta “ (…) hubiera podido sobrevolar la península ibérica sin dejar de sobrevolar un infinito manto verde. Hubiera viajado sobre pinares, sobre encinares, robledales, sobre bosques de coníferas, mediterráneos o caducifolios”.
Sea como fuere, existen suficientes evidencias científicas para constatar que nuestro territorio ha sufrido un proceso de degradación de las reservas forestales a causa de la utilización intensiva de nuestro territorio. Tal y como se refería aquel reportero, “la piel de España” se ha tornado parda. No es necesario remontarnos cientos de años atrás para apreciar el cambio, con 50 años basta. En 2005 Naciones Unidas auspició un programa de Evaluación de los Ecosistemas del Milenio para revisar las tendencias de los ecosistemas. Las conclusiones del informe “Ecosistemas y Biodiversidad de España para el Bienestar Humano” confirman que el 45% de los servicios de los ecosistemas (abastecimiento, regulación y culturales) se ha degradado a causa de un uso insostenible.
Para los amantes de la naturaleza esta cuestión ha despertado una serie de iniciativas que aspiran a regenerar un corredor ambiental. En ocasiones no dejan de ser quimeras ya que carecen de rigor técnico. Podemos citar, entre otras, “La Gran Bellotada Ibérica”, muy posiblemente inspirada en el bellísimo cuento “El hombre que plantaba árboles”, de Jean Giorno. Este relato narra la historia de Elzeard Bouffier, un pastor que habita en un valle de las estribaciones de los Alpes, cerca de la región de Provenza y que convierte el desolado valle en un vergel a base de sembrar diariamente cien bellotas de roble de forma desinteresada.

Ante la incuestionable necesidad de sostener un capital natural para enfrentar la degradación de la biodiversidad, nuestro propósito es contribuir al engordamiento de la masa forestal para propiciar con sus beneficios la restauración de ecosistemas aledaños. Los bosques de maderas nobles, como el nogal, requieren de la paciencia del tiempo para mostrar resultados, pues son árboles de crecimiento lento, pero contribuyen ciertamente a la reconstrucción de una economía sostenible.
