Por David Funes.
El inseparable dúo formado por la palabra bosque y la expresión “pulmón verde del planeta” se basa en un malentendido. La cantidad de oxígeno (O₂) liberada por una masa forestal madura es prácticamente nula. De hecho, ninguna selva o bosque maduro cumple esa función.
La idea de la selva produciendo oxígeno para servir como “pulmón del planeta” es tan preciosa como imprecisa. Quienes afirman sin pensarlo dos veces que los bosques amazónicos y otras grandes masas arbóreas producen oxígeno suelen razonar más o menos así: «Al realizar la fotosíntesis, las plantas absorben CO₂ y desprenden O₂. En la selva amazónica hay una cantidad gigantesca de plantas produciendo ingentes cantidades de oxígeno. Ergo, la selva amazónica libera una enorme cantidad de ese gas».
¿Para qué realizan las plantas la fotosíntesis?
Básicamente, para crecer y para almacenar energía. El comportamiento fisiológico de las plantas es original: son autótrofas a la hora de adquirir energía lumínica mediante la fotosíntesis; pero, a la hora de movilizar las reservas, hacen como todos los organismos aerobios heterótrofos: las queman mezclándolas con oxígeno. Dicho de otra forma, respirando. Así, el anabolismo de las plantas es autótrofo y el catabolismo, heterótrofo.
Según demuestra inequívocamente la fórmula de la fotosíntesis, el anabolismo vegetal libera oxígeno:
6CO₂+6H₂O+Energía lumínica = C₆H₁₂O₆+**6O₂**
Quienes ponen énfasis exclusivamente en esa fórmula olvidan que la fórmula de la respiración también existe y que, merced a ella, se consume oxígeno y se libera CO₂:
C₆H₁₂O₆+**6O₂** = 6CO₂+6H₂O+Energía
Aunque pareciera que el saldo es neutro, no lo es. Las plantas consumen mucho más dióxido de carbono que oxígeno. Ahora bien, ese balance positivo sucede en plantas jóvenes, en crecimiento, que necesitan mucho CO₂ para transformarlo en estructuras orgánicas que les permitan crecer y competir. Es el caso de los bosques plantados, como los de Woodna.
De la misma forma que un anciano necesita comer menos que un adolescente, en bosques maduros en los que los árboles han parado prácticamente de crecer, el balance CO₂/O₂ se inclina hacia un mayor consumo del denominador que del numerador. Esto conduce inevitablemente a la conclusión de que los bosques centenarios no ayudan a la oxigenación de la atmósfera.
¿Qué pasa cuando el árbol se muere?
Las plantas, como todo ser vivo, no escapan al conocido paradigma de nacer, crecer, reproducirse y morir. Durante su vida van fijando carbono y liberando oxígeno según crecen, pero cuando mueren se pudren, como todos los demás.
La putrefacción es un proceso por el que los organismos descomponedores (bacterias, hongos, insectos, ácaros y toda esa abigarrada tropa de basureros de la naturaleza) obtienen energía de la materia orgánica descomponiéndola en compuestos más simples, según absorben oxígeno atmosférico y liberan CO₂.
Cuando las plantas mueren y se pudren, los descomponedores liberan de nuevo el carbono que habían almacenado y absorben buena parte del oxígeno que habían liberado. Al final de la vida de un árbol de la selva, todo acaba básicamente como había empezado.
Esto es, obviamente, una simplificación. Parte del carbono que absorbió la planta entra en la cadena trófica cuando la madera o la hojarasca son consumidas por los herbívoros, por ejemplo. Pero por complicada que sea la cadena trófica, no altera el resultado final, porque todo ese carbono acaba siendo liberado de nuevo (y el oxígeno absorbido) cuando la materia orgánica se descompone y todos esos organismos acaban por morir.
En resumen: la respiración y la putrefacción son los procesos que hacen que, inevitablemente, las masas arbóreas maduras no produzcan una emisión neta de O₂ ni una absorción neta de CO₂ apreciables. Por eso, los árboles no son las “bombas oxigenantes” que creen algunos.
La pregunta entonces es, ¿de dónde proviene el oxígeno que respiramos y cómo y quién lo produce? ¿Cuál es el pulmón del planeta? La respuesta, en un próximo artículo.
El verdadero pulmón verde del planeta