Por Cristina Ramírez
La Gran Muralla Verde China, un proyecto de reforestación contra la desertificación. La desertificación es un proceso de degradación ecológica de un suelo fértil a consecuencia de la acción humana, como puede ser la sobreexplotación del suelo o el uso inadecuado de la tierra. La desertización, por otra parte, es el proceso natural de erosión del suelo. En cualquiera de los dos casos el efecto es el mismo: al eliminar la cubierta vegetal que mantiene fértil el suelo se retiran los nutrientes y los minerales que la vegetación necesita para reproducirse, ocasionando así una peligrosa ruptura del ciclo ecológico.
La acción humana fuerza los procesos de erosión del suelo de diferentes maneras, pero siempre con el mismo resultado: el consumo o la eliminación de los nutrientes de la capa fértil por encima de la capacidad de generación natural. La deforestación, la sobreexplotación de los recursos hídricos, el sobrepastoreo o la minería, por citar los ejemplos más comunes, tienen como consecuencia una pérdida del suelo y del agua y la salinización del terreno.
China conoce bien este fenómeno y en las últimas décadas ha desarrollado toda una estrategia para frenar la expansión del desierto de Gobi. El programa, coloquialmente denominado “La Gran Muralla Verde”, se inició en 1978 y está previsto que se complete en 2050. Cada año, únicamente contabilizando el efecto de las tormentas de polvo, arrasan una superficie del tamaño de la isla de Tenerife (unos 2.000 km2). Imaginemos esto año tras año. Y no es el único territorio. El continente africano también está poniendo en marcha una muralla verde africana análoga a la oriental.
La desertificación es una amenaza global muy grave que avanza de forma silenciosa pero constante. Desde la comunidad internacional ya se ha reconocido la existencia de migraciones humanas debido a factores ambientales. A las personas desplazadas a causa del clima se les denomina refugiados climáticos. En 1994 se creó La Convención de la ONU de Lucha contra la Desertificación, a la cual hay adheridos 180 países y cuyo objetivo es “luchar contra la desertificación y mitigar los efectos de la sequía en los países afectados por sequía grave o desertificación”.
En España también padecemos esta problemática ya que somos el país de la Unión Europea con mayor índice de desertificación. Dos tercios de nuestro territorio se encuentran en alto riesgo de perder su sostenibilidad ecológica. A pesar de que la naturaleza tiene cierta capacidad de restauración, en algunos casos es demasiado tarde porque se ha perdido esa capacidad natural de amortiguar los impactos ambientales negativos. Por eso, en los que todavía existe la oportunidad de recomponerse, es indispensable detener la actividad de explotación intensiva y cambiar el modelo productivo de esos territorios.
La rehabilitación de tierras y la expansión de terrenos gestionados de forma sostenible es una de las principales vías hacia una mayor capacidad de adaptación y un mejor equilibrio ecológico. Tal y como incidimos en otros artículos (“Una ardilla recorre España“), es importante desarrollar estas soluciones desde el conocimiento técnico. Las plantaciones forestales y las prácticas agroforestales ayudan a prevenir y restaurar la desertificación, ya que las raíces de los árboles son capaces de formar una malla duradera, que frenan la erosión del suelo y tienen la importantísima función ecológica de contener el terreno y el agua.